La enfermedad no es otra cosa que una acumulación en el organismo de materias extrañas, y para curaros, debéis expulsadas. Este es el verdadero concepto de la salud: ¡la limpieza! Si es tan importante el saber recoger, por la mañana, las partículas que nos aporta el sol, es porque son las únicas que no producirán en nosotros ninguna aglomeración, ninguna impureza. Todo lo que coméis, bebéis, respiráis, deja siempre algún residuo, fatalmente. Sólo los rayos del sol están hechos de una materia que no deja residuos. Por eso tenemos que aprender a nutrirnos con este elemento superior que es la luz.
Esto es algo nuevo. Los humanos están habituados a nutrirse solamente con alimentos sólidos, líquidos o gaseosos, pero ¿qué hacen con el cuarto elemento, el fuego, la luz? Poca cosa o nada. No saben alimentarse de luz, la cual sin embargo les es más necesaria que el aire. Por eso toda esa gente que nos critica y nos ridiculiza cuando vamos por la mañana a la salida del sol, muestran su ignorancia e incluso diría que están embrutecidos. Asistimos a la salida del sol para alimentamos de luz y en lugar de reírse de nosotros, tendrían que hacer lo mismo. El hombre necesita alimentarse de luz para nutrir su cerebro. ¡El cerebro también quiere comer!... Y la luz es su alimento: ésta despierta en el hombre las facultades que permiten al hombre penetrar en el mundo espiritual. Mientras el hombre se contente con alimentar el cerebro de partículas sólidas, líquidas o gaseosas, que no son las que necesita, estará muy limitado en su comprensión.
Comprenderá quizá las cosas de la tierra, pero los misterios del universo se le escaparán. Diréis: «Sí, pero comiendo y bebiendo también se alimenta el cerebro.» Es verdad, pero solamente su parte menos sutil. Pues el cerebro, que es un órgano jerarquizado, está constituido por varias zonas: unas contienen centros que permiten manejar las realidades del mundo material e intelectual, pero otras contienen centros capaces de entrar en relación con las realidades del mundo espiritual, del mundo divino. Si aprendéis a alimentar vuestro cerebro con este elemento sutil que es la luz, los resultados serán diferentes. La tradición refiere que un día Zoroastro preguntó al dios Ahoura Mazda cómo se alimentaba el primer hombre y Ahoura Mazda le respondió: «Comía fuego y bebía luz.»
Diréis: «Sí, pero para reemplazar todas nuestras viejas partículas, quizá hagan falta siglos.»
No, podéis acelerar esta transformación con la intensidad de vuestro amor. Cuanto más améis la luz, más la atraeréis hacia vosotros.
La mayoría de los humanos tienen respecto al sol la misma actitud inconsciente que respecto a la alimentación. No se preocupan de la forma en que comen. Se pasan la comida hablando, gesticulando, riñendo, y creen que el organismo se encargará de recibir y escoger todos los alimentos necesarios para su buen funcionamiento. y es verdad, el organismo se encarga. Pero lo que no saben, es que el alimento contiene fuerzas y elementos sutiles venidos del espacio, que sólo una alimentación consciente puede permitimos recibir. Estos elementos que pertenecen al plano etérico, al plano astral e incluso al plano mental, pueden ayudamos a mejorar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y todo nuestro comportamiento. Sí, pero a condición de saber comer consciente e inteligentemente.
Es exactamente lo que se produce cuando se asiste a la salida del sol. Si estáis sentados delante del sol, pensando en otra cosa, recibiréis siempre algunos beneficios físicos de su calor y de su luz, pero los elementos más sutiles que pueden ayudaros en vuestra evolución espiritual, no los recibiréis. Si sois conscientes de que a través de sus rayos el sol os transmite su vida, su amor, su sabiduría y su belleza, os preparáis para recibirlos, abrís en vosotros millares de puertas por las que esos rayos pueden entrar a depositar sus tesoros, y es así como llenáis todo vuestro ser con los beneficios del sol.
Por esto es tan importante ser consciente de lo que representa el sol. Así es como podréis recibir los elementos que os ayudarán a profundizar en las leyes y en los misterios de la naturaleza, a gustar de la dicha y de la paz.
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