Solución planetaria? Las bacterias son el primer signo de vida en el universo. El ser humano, como se ha dicho, contiene una cantidad de bacterias diez veces superior al número de sus células: vivimos en simbiosis con ellas y las necesitamos para transformar la materia. Así pues, son indispensables para la vida, pero son las primeras en ser víctimas de los antibióticos. Las vacunas impiden a las bacterias hacer su trabajo, y sin ellas algunos importantes procesos de transformación no pueden tener ya lugar. No tiene ningún sentido impedir a nuestros amigos colaborar. Con las vacunas lo que hacemos es crear el caos en nuestro cuerpo que no está en condiciones ya de distinguir entre lo útil y lo perjudicial: todo nuestro aparato de «reconocimiento» es puesto patas arriba y nuestro sistema inmunitario se debilita por dicha razón: de aquí a las enfermedades por inmunodeficiencia no hay más que un paso. Cada uno de nosotros nace en un lugar y en una época que están impregnados de un cierto número y tipo de microbios, a los que nos adaptamos durante toda la existencia. Si tenemos la costumbre de trabajar en el huerto o de caminar con los pies descalzos, nos sucederá que nos haremos a menudo pequeñas heridas; cada vez el organismo, en fase de reparación, activará sus defensas en una especie de «antitetánica» espontánea, y poco a poco nos volveremos inmunes al tétanos y a sus toxinas, a las que nos habremos habituado de forma gradual. Es el famoso principio de Mitrídates: ¡unas pocas gotas de veneno todos los días para hacer que la dosis letal ya no lo sea! Pero si nos permitimos el lujo de no vivir nunca en medio de la naturaleza, de no caminar descalzos, de no pincharnos o cortarnos, entonces se volverá útil la vacuna antitetánica. Sigue siendo cierto, de todas formas, también en este caso, que cualquier reacción bacteriológica se produce en una fase de reparación (vagotonía) la que por tanto presupone la existencia de un conflicto al inicio.
No es menos cierto que cuando tomamos el avión para dirigirnos a tierras lejanas entramos en contacto con microbios que nuestro organismo no reconoce y a los que no está adaptado; entonces podemos contraer enfermedades a veces incluso mortales y en este caso se hacen necesarias las vacunas; los viajes en avión, en efecto, no están todavía previstos por nuestra biología; el «plano biológico» del hombre prevé únicamente lentos desplazamientos que le permiten adaptarse de forma paulatina a las nuevas condiciones ambientales.
En cuanto a las epidemias, presentan todas ellas una misma adaptación: un inicio, un apogeo y un decrecimiento; si consultamos las estadísticas de la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) resulta evidente que todas las campañas de vacunación han sido emprendidas en el momento en que la epidemia estaba en fase decreciente y que, inmediatamente después del suministro de la vacuna, la enfermedad ha rebrotado con fuerza en vez de disminuir; ¡sólo después de un cierto tiempo volvía a decrecer! Cada cual es libre de sacar sus propias conclusiones...
Robert McNamara, ex presidente del Banco Mundial y ex secretario de Estado norteamericano, declaró un día: "Hay que tomar drásticas medidas de reducción demográfica incluso en contra de la voluntad de la población. Reducir la tasa de natalidad se ha revelado imposible o insuficiente. Por tanto, hay que aumentar la tasa de mortalidad."
¿Cómo? Con medios naturales: el hambre y la enfermedad (de «J'ai tour compris«, n. 2, febrero de 1987, Editions Machiavel, en: Guylaine Lanctót, La mafia de lla sanita Ediaioni Amrita y Marco Edizioni). Según la doctora Lanctot las vacunas forman parte de este plan premeditado.
martes, 16 de noviembre de 2010
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